Articulo 9: Parte 2 Liderar un Área Técnica Moderna desde el Rol del Jefe 360 | Soy Jefe 360
🧭 Artículo 9 – Parte 2
Liderar un Área Técnica Moderna desde el Rol del Jefe 360
📌 Sección 1 – Introducción: Cuando un equipo apenas comienza a latir
Al comienzo de una nueva área técnica hay algo difícil de describir, una sensación que no nace del manual ni del protocolo, sino de un impulso más profundo. A veces es tenue, otras veces vibrante, pero casi siempre está ahí, como una promesa en el aire. No se trata solo de objetivos o planificación; lo que se despierta es algo más visceral, una especie de necesidad de construir, de marcar un inicio que trascienda lo inmediato. Y en ese impulso, muchas veces silencioso, se percibe algo sagrado. Puede sonar exagerado, incluso romántico, pero hay una dimensión espiritual —aunque sea discreta— en todo acto de creación.
Cuando el grupo siente que está fundando algo, que su trabajo tiene un sentido que va más allá del resultado puntual, la energía se multiplica. Las jornadas largas no pesan, los errores se toman como parte del camino, y cada logro, por pequeño que sea, adquiere un valor propio. En esa etapa, una célula técnica nueva —sea de simulación, de desarrollo o de rediseño— se vive como un terreno fértil, aún sin alambrar, donde las ideas echan raíces con facilidad y donde todo parece posible.
Pero incluso los terrenos más fértiles dependen del clima. Y en las empresas, ese clima no viene del cielo: se construye con cultura, con rutinas, con lenguajes compartidos —o no compartidos— que determinan cómo se recibe lo nuevo. A veces ese clima es templado, receptivo. Otras veces, sin que nadie lo diga abiertamente, el entorno comienza a volverse áspero. El equipo técnico empieza a notar que su trabajo es escuchado con distancia, que sus entregas no despiertan interés, que las otras áreas siguen funcionando como si nada hubiese cambiado.
No es resistencia abierta. Es desinterés. Es ese tipo de indiferencia que no bloquea, pero tampoco acoge. Que no cuestiona, pero tampoco valida. Y en ese contexto, lo que antes era impulso comienza a sentirse frágil, y el entusiasmo inicial se transforma en una especie de discreta resignación.
Quien lidera ese espacio tiene que ver más allá del cronograma. Tiene que leer las señales que no están escritas en los correos ni se dicen en las reuniones. Tiene que reconocer cuándo el equipo está haciendo su trabajo porque cree en él y cuándo simplemente lo hace porque no queda otra. Esa diferencia —pequeña en apariencia— lo cambia todo. Porque un equipo que actúa por compromiso construye, pero uno que actúa por inercia simplemente cumple.
Aquí el liderazgo no se mide en decisiones visibles, sino en el modo en que se acompaña el trayecto. A veces basta con una conversación a tiempo. Otras veces con proteger el espacio técnico de ciertas presiones externas. No siempre hay fórmulas, pero casi siempre hay momentos clave donde el jefe puede sostener, legitimar, y devolver sentido.
🎯 Sección 2 – Cuando el conocimiento no está equilibrado
Hay equipos técnicos donde todos parecen estar al mismo nivel, pero son los menos. La realidad, sobre todo en áreas que recién se están formando, es otra. Lo más común es encontrarse con grupos dispares, donde conviven personas con años de experiencia junto a otras que apenas comienzan, donde hay quienes tienen formación académica sólida y otros que aprendieron en terreno, por repetición o intuición. Esa diversidad, que en el papel se presenta como riqueza, también puede ser fuente de tensiones si no se reconoce, se gestiona y se integra con inteligencia.
No se trata de nivelar. Se trata de comprender que cada miembro del equipo carga con un tipo distinto de saber. Uno que no siempre se mide en títulos ni en años de servicio, sino en sensibilidad técnica, en capacidad de adaptación, en apertura al error, en disposición a enseñar o a aprender sin sentir que eso amenaza su rol.
Y es aquí donde el liderazgo tiene que afinar el oído. Porque las tensiones no siempre se expresan en discusiones abiertas. A veces aparecen en los silencios, en la omisión de opiniones, en las miradas esquivas cuando uno de los miembros explica algo con exceso de tecnicismo o, al contrario, con demasiada ligereza. Aparecen también cuando el más joven comienza a callar por no parecer ingenuo, o cuando el más antiguo deja de explicar por sentir que ya nadie lo escucha.
Un equipo técnico no madura solo porque pasa el tiempo. Madura cuando aprende a escucharse internamente, cuando puede hablar con franqueza sobre lo que sabe y sobre lo que ignora, sin miedo a quedar expuesto. Y esa posibilidad no se crea espontáneamente. Se habilita. Se cultiva. Se cuida.
El Jefe 360 no fuerza integraciones, pero las propicia. No ordena que se compartan conocimientos, pero crea condiciones para que eso ocurra. Observa el ritmo, las voces dominantes, las ausencias sutiles, y entiende que en los equipos técnicos, muchas veces el mayor conflicto no es con la tarea, sino con la forma en que se distribuye el valor dentro del grupo.
Porque si no se gestiona a tiempo, lo que comenzó como diferencia de trayectorias se convierte en juicio. Y el juicio, cuando se instala, empieza a hacer ruido. Un ruido sordo, persistente, que no impide avanzar, pero que desgasta, divide, entorpece.
Liderar en ese contexto es casi un acto de orfebrería. No se trata de imponer equilibrio, sino de leer las curvas, de anticipar cuándo una voz necesita espacio, cuándo otra necesita un límite, y cuándo todas necesitan una pausa para volver a encontrarse.
Porque un equipo técnico bien equilibrado no es el que tiene a todos sabiendo lo mismo. Es el que sabe cómo dialogar con lo que cada uno trae, y lo convierte en una forma de avanzar sin fragmentarse.
🔍 Sección 3 – Cuando el especialista no convence (y nadie se atreve a decirlo)
En todo equipo técnico llega un momento incómodo, inevitable, pero común: alguien que debía ser un pilar empieza a generar dudas. Puede que tenga la formación adecuada, incluso una trayectoria destacable en otros contextos, pero algo en su trabajo no encaja del todo. Sus modelos no convencen, sus decisiones generan silencios incómodos, y las explicaciones se vuelven más complejas de lo que deberían ser. El equipo lo intuye, la jefatura lo presiente, pero nadie quiere decirlo en voz alta.
No se trata de incompetencia. Tampoco de mala intención. Muchas veces se trata de una desconexión más sutil: entre lo que el especialista domina y lo que el equipo necesita, entre la profundidad de su saber y la claridad con que logra transmitirlo. Es una especie de desfase que no se puede medir con KPI, pero que pesa en cada reunión, en cada entrega, en cada decisión que se posterga porque nadie se atreve a cuestionar de frente.
El problema no es técnico, es estructural. En entornos donde la autoridad se asume por título o antigüedad, cuestionar se percibe como una amenaza. Y en ese clima, el error comienza a hacerse espacio. Silenciosamente, se normaliza que nadie pregunte. Que los informes se firmen sin entenderse del todo. Que las decisiones se tomen con una fe frágil, casi supersticiosa.
Y entonces, el equipo comienza a replegarse. Ya no hay intercambio, no hay revisión cruzada, no hay aprendizaje colectivo. Solo hay aceptación pasiva. El conocimiento se transforma en barrera, y el especialista en un nodo cerrado al que se le consulta por costumbre más que por confianza.
El Jefe 360, en este punto, no necesita tener la respuesta técnica. Necesita tener el coraje de abrir la conversación que nadie quiere tener. De generar un espacio donde se pueda hablar del trabajo sin que eso se vuelva personal. De desarticular el temor que impide preguntar, y de reordenar la dinámica del equipo antes de que la erosión se vuelva irreversible.
Porque no hay transformación técnica posible sin transparencia. Y no hay transparencia sin confianza mutua.
Cuando el especialista no convence, pero el equipo calla, el problema no es él o ella. El problema es una cultura que no ha aprendido a mirar de frente. Y es allí donde el liderazgo tiene que actuar, no con juicio, sino con lucidez, para que lo técnico no se convierta en una especie de fe silenciosa que todos siguen… sin creer del todo.
🏗️ Sección 4 – Formar cultura técnica en entornos que no la valoran
Instalar una cultura técnica no es lo mismo que ejecutar tareas técnicas. Esta diferencia, que parece sutil, lo cambia todo. Mientras la ejecución puede mantenerse por calendario, por costumbre o por requerimientos externos, la cultura necesita algo más difícil de administrar: creencia compartida, validación transversal, respeto orgánico dentro de la estructura de la empresa.
En muchas organizaciones, sobre todo aquellas que han crecido por oficio o empuje comercial, lo técnico se vive como un “complemento necesario” más que como un núcleo estratégico. Se recurre a la simulación cuando el cliente lo exige, se validan diseños para cubrir formalidades, se busca innovación solo cuando hay fondos públicos disponibles. Y bajo esa lógica, todo lo que no genera impacto inmediato empieza a verse como un lujo, o peor aún, como una distracción.
En esos espacios, las áreas de desarrollo técnico enfrentan una tensión constante: justificar su existencia mientras aún están construyendo su propia voz. El equipo técnico vive entre dos mundos: el del conocimiento que intenta aportar, y el de una empresa que todavía no reconoce cuánto necesita transformar su forma de pensar para poder recibirlo.
Nada de esto es explícito. Nadie lo dice con esas palabras. Pero se percibe. En cómo se asignan los tiempos, en quiénes son escuchados en las reuniones clave, en el modo en que los informes se leen —o se omiten—. Se percibe también en los silencios incómodos cuando alguien plantea una mejora que no fue solicitada, o cuando un análisis técnico pone en duda una decisión ya tomada.
El Jefe 360, en este terreno, no trabaja desde la autoridad. Trabaja desde la paciencia activa. Desde esa mezcla de estrategia, insistencia y sensibilidad que permite sostener una narrativa técnica incluso cuando no hay aplausos, ni comprensión, ni urgencia externa que la demande. Porque sabe que si no se sostiene ahora, más adelante será tarde.
Formar cultura no se logra con capacitaciones puntuales ni con discursos motivacionales. Se logra con actos reiterados, con presencia constante, con pequeñas decisiones que, acumuladas, configuran una nueva forma de operar. Se logra también sabiendo cuándo detener una entrega para explicarla bien, cuándo insistir en una revisión que parece innecesaria, cuándo validar a un especialista que empieza a dudar de su propio rol porque siente que trabaja al margen.
Y sobre todo, se logra recordando que cada cultura nueva comienza siendo minoría. Que toda transformación técnica parte desde la periferia. Que antes de cambiar procesos, se necesita cambiar lenguajes, sensibilidades, maneras de mirar.
Porque si el entorno no valora la técnica, eso no es una condena. Es una señal de que hay trabajo profundo por hacer. Y ese trabajo empieza por liderar sin prisa, pero con convicción. No para convencer a todos de inmediato, sino para construir paso a paso el suelo donde un día lo técnico dejará de justificarse… porque será simplemente parte de lo esencial.
🧯 Sección 5 – Cuando el error aparece y la técnica no basta
En toda área técnica, el error es parte del trayecto. No es algo excepcional ni siempre evitable. A veces viene desde un mal dato de entrada, otras por una mala interpretación de resultados, y muchas por simple presión de tiempo que obligó a entregar sin haber terminado del todo. En cualquier caso, el error llega. Y cuando llega, no golpea solo al proyecto, golpea al equipo.
Porque el error, en ingeniería, no es solo un número fuera de rango. Es una conversación que nadie quiere tener. Es una validación que se cae. Es una presentación que desordena lo que se venía sosteniendo con esfuerzo. Pero más que eso, es una prueba emocional para quien lo cometió y para quien debe responder ante otros.
En muchas empresas, el error técnico se gestiona con distancia. Se corrige, se documenta, se promete que no volverá a ocurrir. Pero rara vez se aborda lo que realmente deja atrás: la sensación de fracaso, la pérdida de confianza, la duda interna que empieza a instalarse en quien, hasta entonces, era considerado sólido. Nadie quiere admitirlo, pero a veces un solo fallo cambia toda la percepción que un equipo tiene sobre sí mismo.
Y ahí, precisamente ahí, es donde el Jefe 360 no puede mirar hacia otro lado. Porque lo que está en juego no es solo la corrección del problema. Es la conservación de la moral técnica del equipo. Es evitar que ese error puntual se convierta en identidad. Que lo que debía ser una caída, se transforme en estigma.
Liderar en estos momentos no se trata de consolar, sino de recomponer.
Es saber distinguir cuándo un error habla de una falla de criterio y cuándo simplemente revela la fragilidad del proceso.
Es tener la calma para no escalar el conflicto más allá de lo necesario, y la lucidez para no suavizarlo al punto de perder autoridad técnica.
Pero, sobre todo, es tener la capacidad de mostrar que el error no es un desvío, sino parte del camino real de maduración de cualquier área en construcción.
Porque en entornos exigentes, donde se espera siempre precisión, admitir un error requiere más que humildad. Requiere contención, requiere liderazgo, requiere una cultura que entienda que fallar no invalida lo aprendido, sino que lo tensa hasta que se vuelve más fuerte.
Y eso no lo logra el software. No lo logra el protocolo.
Lo logra la forma en que el líder actúa cuando el fallo ya no puede negarse.
Con firmeza, pero con humanidad.
Con claridad, pero sin humillar.
Con dirección, pero sin despojar de dignidad al que erró.
Porque en el fondo, lo que define a un equipo técnico no es que no se equivoque.
Es lo que decide hacer después de haberse equivocado.
💠 Sección 6 – Sostener emocionalmente al equipo: una responsabilidad invisible
Hay momentos en los que el equipo técnico parece avanzar, los entregables se cumplen, los informes se cierran, los resultados llegan. Todo, en apariencia, funciona. Pero basta con mirar con más atención —detenerse en las pausas de las reuniones, en los silencios que acompañan una corrección, en los gestos que nadie verbaliza— para notar que algo falta. No es rendimiento, no es capacidad, no es organización. Es algo más profundo: la sensación de estar sostenidos, de ser acompañados realmente en lo que implica formar parte de una célula técnica que se construye mientras trabaja.
En equipos técnicos, la emocionalidad no suele estar en la superficie. No hay que esperar lágrimas ni confesiones. Lo que se quiebra, se quiebra por dentro: cuando la motivación empieza a erosionarse, cuando el esfuerzo deja de sentirse reconocido, cuando el cansancio se vuelve acumulativo porque nunca hay espacio para detenerse a pensar, a respirar, a revisar no solo lo que se hace, sino cómo se llega a hacerlo.
Es en estos espacios donde el liderazgo deja de tener que ver con decisiones y empieza a ver con presencia real. Sostener emocionalmente a un equipo no significa resolverle los conflictos, ni aplicar frases de motivación importadas de otro mundo. Significa estar. Escuchar con pausa. Leer lo que no se dice. Intervenir solo cuando es necesario, pero intervenir de verdad. Validar no solo el resultado, sino el proceso que llevó a ese resultado. Y cuando el peso se acumula, abrir una conversación que no siempre tiene que ver con el proyecto… sino con las personas que lo están llevando adelante.
El Jefe 360 entiende que la técnica se ejecuta con datos, pero se sostiene con vínculos. Que las simulaciones pueden correr en servidores, pero el juicio técnico se forma en conversaciones reales, donde alguien se atreve a preguntar, a corregir, a reconocer que no puede más sin temor a ser juzgado. Y que en esos espacios, lo emocional no es un riesgo, sino un indicador. Uno que señala cuándo un equipo sigue en marcha, y cuándo ya comenzó a detenerse sin avisar.
No se trata de liderar desde la emoción. Se trata de no olvidar que detrás de cada validación, de cada parámetro, de cada curva de esfuerzo, hay alguien que invirtió tiempo, criterio y energía en que eso tenga sentido. Y cuando esa energía empieza a agotarse, el deber del jefe no es solo reorganizar tareas… sino volver a ofrecer sentido.
Porque sostener a un equipo no siempre es hacer más. A veces es dar espacio, es retirar el exceso, es recordar con gestos pequeños que vale la pena lo que se está haciendo, y que vale también quien lo está haciendo.
Y aunque esa tarea no quede escrita en ningún cronograma, es probablemente la que más define la vida útil de un equipo técnico que intenta, cada día, construir algo que perdure.
🌟 Conclusión – Lo técnico se enseña; lo humano se sostiene
No hay fórmula definitiva para liderar un equipo técnico que está naciendo.
Porque aunque los software cambien, las normativas evolucionen y los flujos de trabajo se automaticen, el corazón del trabajo técnico seguirá latiendo en las personas. Y esas personas no solo traen conocimiento: traen historia, traen ritmo, traen cansancio, y también esperanza.
El verdadero liderazgo no ocurre cuando todo marcha bien, sino cuando algo comienza a resquebrajarse y el grupo mira hacia quien está al frente, esperando más que una solución: esperando sentido. En ese instante —a menudo silencioso— el rol del Jefe 360 se hace visible, no por lo que dice, sino por cómo acompaña, por cómo protege la energía del equipo sin asfixiarla, por cómo evita que el desgaste se convierta en desánimo.
Porque si hay algo que este tipo de liderazgo entiende mejor que nadie es que las áreas técnicas no mueren por fallos técnicos. Mueren por desmotivación acumulada, por falta de validación, por no tener quien sostenga la visión cuando todo se pone cuesta arriba.
Y cuando eso ocurre —cuando el equipo ya no cree, cuando el error se convierte en identidad, cuando el juicio técnico se apaga por miedo o por indiferencia—, no es solo un área la que se pierde.
Se pierde talento, se pierde cultura, se pierde la posibilidad de que esa empresa haya dado un salto que era suyo, pero que no supo proteger.
Por eso este artículo no entrega claves rápidas ni fórmulas aplicables. No porque no existan, sino porque lo que está en juego no se resuelve con técnicas, sino con presencia lúcida y constante. Con esa combinación de firmeza y cuidado que permite que una célula técnica no solo exista, sino que respire, se fortalezca, y madure en su propio tiempo.
Y si este texto ha cumplido su propósito, no es porque haya explicado algo nuevo, sino porque quizás —en algún rincón de tu propia experiencia— tocó algo que ya sabías, pero que necesitabas volver a mirar con calma.
La próxima vez que hablemos, abordaremos lo que muchos evitan: cómo formar un equipo técnico desde cero, cómo seleccionar a quienes no solo saben, sino que sabrán crecer contigo, y cómo se lidera cuando lo técnico ya está maduro… pero lo humano aún está en construcción.
Porque ese será, siempre, el verdadero desafío del Jefe 360.
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